Invasoras

Invasoras

Created: | Updated:

Llegaron en el verano. Sin ninguna invitación. Antes, si bien no eran rechazadas, su presencia nunca fue amena; siempre deseamos que no estuvieran. Aprendimos a convivir con ellas, dado que ya estaban aquí cuando llegamos, cuando llegamos al mundo, siempre han estado. Pero nunca tuvimos tanta relación con ellas.

Algunos les temen. Yo no, nunca. Pero no conozco a nadie a quien le simpaticen. Son el ejemplo del significado de fastidio, la foto en la enciclopedia para que todos entendamos a qué refiere esa palabra. Es raro porque en realidad no hacen ningún mal. Aun así, molestan. Pues bien, cuando nos mudamos al campo, ellas estaban más presentes. Ellas vienen de allí y la ciudad no les viene bien. Y dado que hay muchas más, pues hay también más variedad. Las notas en el verano, como todos, están más afuera y acompañan a los animalitos, les gusta mucho, entonces sabes que debes aceptarlas diplomáticamente. De por sí no puede uno llegar a atacarlas, eso no es así, está mal y pues: es imposible.

Y a casa llegaron en el verano, como venía contando. Primero un par, y se instalaron en la sala. Se quedaban solo en la mañana. No lo percibimos como un problema, fue raro, pero las dejamos allí, en su ambiente. Luego empezaron a llegar más. Yo les decía que fueran a jugar afuera y diplomáticamente las sacaba, con la excusa de que deberían estar en el aire fresco y disfrutar mejor del sol. Los días más cálidos llegaban más. Yo no los ofrecía agua, ni comida, nada. Igual las encontraba en la sala, incluso al despertar ya estaban allí. Yo saludaba y hacía lo que tenía que hacer. Luego ya regresaba con mi discurso del aire fresco y las sacaba, ya no diplomáticamente, sino a los empujones. El gran misterio que nos acompañaba era que no sabíamos cómo entraban. Por dónde. Dejábamos todo cerrado de noche.

Hablamos con mi suegra, con la idea de que ella conocería más del tema y sabría cómo podríamos deshacernos de ellas, de manera amable. Pero no, ella no sabía. Ella sabía que eso podría pasar, pero en realidad no conocía a nadie a quien le hubieran invadido así, y no pudo ofrecernos ninguna solución.

Llegó el otoño y con él, mis padres. Estaba muy preocupada porque ellos dormirían en la sala y no quería que los molestaran. Cuando llegó papá, no hubo grandes problemas, por alguna razón no vinieron siempre y solo algunas. Supusimos que hacía frío y se quedarían en su casa. Por cierto: no sabemos dónde viven.

Luego, cuando llegó mamá, volvieron, y en mayor cantidad. No supimos tampoco por qué, pues el clima era cada vez más frío. Mamá ofreció algunas soluciones diplomáticas, disimuladas. Ella dijo que usualmente a este tipo de invasoras no les agradan los olores frutales fuertes y que si aireábamos mucho la casa, tal vez les molestaría y se irían. Investigamos qué olores eran y así lo hicimos. Fueron inmunes, igual venían temprano y cada día más. Ya poco a poco nos íbamos impacientando, porque si de por sí son fastidiosas, ya tantas dejaban suciedad y regueros. En la noche tocaba limpiar y algunas de ellas empezaron a quedarse.

Ya las sacábamos a empujones y siempre peleábamos. Nos sentíamos mal porque en realidad también es su lugar y tienen derecho. Pero es que cada día era más difícil convivir con ellas. Comenzamos a observar más sus comportamientos, para descifrar el misterio de cómo entraban y qué les gustaba tanto de la sala, por qué solo ahí y por qué no en otra casa. Pensamos en todas las opciones, en limpiar con productos fuertes, pues sabemos que les gusta solo lo natural. O en invitar un enemigo natural de manera disimulada, para que se vayan por sí solas. Nos parecía cruel pero sería algo más orgánico.

Y en medio de esta búsqueda llegó el invierno. Ya la sala sin chimenea es fría. Y no hay sol que ilumine adentro. Así que por tiempo se fueron. No sabíamos si volverían, pero no queríamos que volvieran. No las extrañamos. Pero tampoco nos dimos cuenta de su ausencia de inmediato. Comenzamos a buscar alternativas por si volvían. Cómo evitar que entraran, cómo evitar que se quedaran. Pasó casi un mes y de pronto un día otra vez estaba allí, en la sala. Hacía más calor, sí, pero todavía frío. Entonces no comprendíamos sus condiciones de vida, ni las de venir. Yo no lograba comunicarme con ellas, darles a entender que no las quería más en la sala, que con gusto podía dejarles uno de los establos, pero que no las quería más dentro de la casa. Pero ellas no me escuchan, no me quieren entender. Ahora cada día calienta más y llegan más. He intentado cambiar la sala, ponerle más flores, quitar las flores, ventilar más, no ventilar, dejar las ventanas abiertas, las cortinas abiertas, cerrar todo. Nada parece afectarles. Ya cada día son más.

Pensamos en dejarles la sala, solo para ellas. Pero desde que llegaron hemos podido convivir. Aparte del desorden y la suciedad, que tampoco es mucha, no hacen daños. Y sí son muy fastidiosas, pero también ignorables. Ya es rutina sacarlas a que jueguen afuera, que tomen aire. Ya no discutimos, solo las empujo y ellas salen. Al rato vuelven. En la tarde vuelvo y las saco. No sé cuándo comen y beben, ni dónde. No les doy comodidad, pero ya tenemos una rutina. El único problema es que cada vez son más y en la noche no las soporto. Pero no es el fin del mundo.

He pensado mucho en ellas y su rol en casa. Y en nosotros y nuestro rol. Y estoy por concluir que tal vez los fastidiosos seamos nosotros. Y tal vez la invasora sea yo.