Andina & Alpina

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Las Ximenas y la escritura

Andina & Alpina

No soy ni lo uno ni lo otro, pero quiero ser ambas. Y para la tarea de lograrlo, decidí creer que el pasaporte de ese viaje es apostarle al concepto del amor.

Amaba Bogotá y nunca me imaginé estar lejos de Colombia. Quería ejercer allí, cerca de mi mamá, mi familia, mis amigos, mi entorno. Ese era mi plan; en la búsqueda de una vida feliz, no tenía planeado mucho más.

Pero un gran "sin embargo" se atravesó en el camino: la globalización atrae a los jóvenes porque nos ofrece la posibilidad de viajar y explorar diversas alternativas. No quería quedarme atrás y, para salir de mi adorado y cómodo nido, el plan más accesible fue irme al otro lado del Atlántico como niñera.

Así, en 2009, a mis 24 años, emprendí un viaje a Alemania que supuestamente duraría 1 año. El trabajo como niñera tuvo sus retos, pero fue llevadero. Aprendí alemán y trabajé, consciente de que un año no sería suficiente para dominar este idioma, especialmente cuando en casa estaba aprendiendo más inglés.

Alemania es un país de oportunidades. Aunque nunca fui fanática del "American Dream", sí me sedujo el "Deutsche Traum". Mudarme a Múnich me abrió los ojos a varios programas académicos con costos accesibles. Soñaba con hablar otros dos idiomas y obtener un título de maestría europeo, y pensaba que eso me ayudaría a tener trabajos interesantes en Colombia. Pero quedarme no era sencillo; vivir allí era costoso y complicado legalmente. La familia con la que vivía quería que me quedase, pero para mí no era viable. Encontré amigos y, entre ellos, a quien sería mi asesor general tipo google, un gran amigo y, hasta hoy, el amor de mi vida.

Intenté quedarme, pero no fue posible. Sin ningún impedimento para regresar a casa, y sin nada concreto que me retuviera, volví a Colombia casi al cumplir 2 años en Alemania.

Volver al calor de mi familia, a los brazos de mamá y papá, fue reconfortante. Reencontrarme con mis hermanas, el perrito, los amigos y el trabajo me llenó de alegría. Pronto hice nuevos amigos en el ámbito laboral y me divertí mucho. También comprendí mi necesidad de seguir estudiando, aprendiendo, viajando, y expandiendo mis conocimientos. Pero lo que más me sorprendió fue darme cuenta de lo enamorada que estaba, en una relación que desafiaba muchas de las reglas personales de ambos. De hecho, mi regla general era no tener pareja, porque es demasiada distracción. Pero creo que la sorpresa fue mutua. Aunque mi pareja no apostaba por la relación a distancia, facilitó nuestra comunicación y vino a visitarme. Ahí supe que debía actuar para no perder la ilusión de estar con él y ni la posibilidad de estudiar: tenía que darle a los dos pájaros de un solo tiro. Hice las diligencias y dejé los resultados al azar. Necesitaba un empujón, y él me lo dio. Para el semestre de invierno, estaba de vuelta en Alemania, en un nuevo hogar.

Ya con la idea de permanecer en Alemania por al menos dos años, si la relación sentimental prosperaba, mi vida cambió. Ahora quería integrarme, dominar el idioma, hacer amigos. Regresé un lunes, el miércoles comencé a estudiar, el viernes conseguí trabajo en un restaurante mexicano, y el sábado me perdí en el Oktoberfest. Entre estudios, trabajo, la adaptación a Múnich y a Erding, y construir una relación estable, los años pasaron rápidamente. La mayor dificultad fue, y es, hacer amigos. Validarse es un gran reto, tanto como latina como profesional, pero en esos contextos es posible dejar de lado lo emocional y manejar las relaciones de manera pragmática. Estar lejos de la familia hace esencial reconstruir un círculo de amistades, y en ese proceso mi corazón ha estado roto varias veces.

El mundo laboral ha sido complicado. Ahora pienso que informarse bien y planificar es clave. Tomé decisiones con lo que tenía, creyendo siempre que lograría cosas hermosas. No poder ejercer mi profesión es una gran frustración, pero ahora apuesto por reinventarme, aunque la edad complica las cosas. Terminé la maestría con la ilusión de ejercerla, pero debía conseguir un trabajo relacionado en 18 meses. Realicé unas prácticas, pero no fui lo suficientemente astuta para quedarme; debí haber tomado ciertas acciones que no tomé, por no ver las grandes oportunidades que ahí había, y tener la anhelo de ejercer. Busqué y apliqué a varios lugares, hasta que comprendí que necesitaba encontrar algo que me permitiera llenar los formularios de residencia, y no mis ilusiones. Una amiga me recomendó en su trabajo, como algo temporal, lo cual me ayudaría con la visa mientras perfeccionaba los idiomas y pudiese encontrar algo en mi campo de estudio.

Allí conocía grandes personas, pero también fue desafío constante el hacerse valer como profesional, latina, jefa, trabajadora; la empresa no era un ejemplo de estabilidad ni regularidad, la gente no se sentía satisfecha y, empero sí noté que como persona y trabajadora era apreciada, el reconocimiento nunca llegó, no compartía la forma en que la empresa funcionada, y me cansé de tratar de mejorar mis condiciones. Así que, como mis amistades, cambié de empresa.

En ese nuevo trabajo, todo era mejor a nivel empresarial, más estable. Aunque el ambiente era muy jerárquico, disfrutaba de una buena jefa, hice algunos amigos, y las tareas eran agradables. Casi al año, entendí que no podría hacer una carrera allí y que el sector no me interesaba en absoluto.

Durante todo ese tiempo, seguí buscando cómo ejercer mi carrera, hice cursos y programas de mentoría, pero hay carreras ligadas al dominio del idioma o son locales. Dado que mis idiomas extranjeros estaban lejos de ser nativos, ejercer en comunicación y el interculturalismo se volvía una utopía. Así que comencé a explorar otras alternativas, incluso a considerar estudiar algo nuevo y explorar otras labores.

No estuve sola en este viaje. Mi compañero de vida también tuvo sus propios cambios de planes, incluso dolorosos y radicales, a los cuales se entregó con la loca idea de querer ser un ermitaño, vivir en el campo con su computadora y unas ovejas. También pensó en volver a la universidad para actualizar sus conocimientos y estudiar un poco de todo (psicología, hinduismo, histórica, inteligencia artificial: de todo). Esta idea, la cual inicialmente vi como un posible fin a nuestra relación (porque yo no me iba a subir a ese bus), poco a poco fue tomando forma y, de repente, se convirtió en una opción viable, dado que yo me estaba quedando sin ideas para mi propia vida. Así fue fácil aceptar las ideas del otro, por descabelladas que fueran. Y así, la llegada de mis 30 años me hizo preferir la calma del hogar al bullicio de la fiesta, y madrugar para disfrutar del día. Así que adapté la idea: ni ermitaños ni ovejas, sino campesinos con alpacas. Lo que propuse como una broma se transformó en una búsqueda seria por una casa en Austria, cerca de la familia, sin prisa, y a hacer cursos sobre la crianza de "camélidos del nuevo mundo".

Años después, llegó la pandemia, y con ella, una casa vieja y barata, con terreno para unas pocas alpacas. “Si no es ahora, entonces cuándo”, pensé. Y empacando, llegó una oportunidad laboral diferente pero en el mismo sector, lo cual fue una repetición de la historia: feliz trabajando, aprendiendo, comprometida, con colegas amables, pero con unos gerentes jerárquicos e irrespetuosos de los trabajadores. La alegría laboral no me duró mucho, pero lo suficiente para establecernos. La adquisición de las alpacas fue precipitada; ya no las tenemos, están en un lugar más grande y más bonito, juntas. Aprendimos mucho y ellas se quedaron con una gran parte de mi corazón. Me enseñaron sobre la gratitud, la generosidad, y la importancia de formar parte de la naturaleza. Ellas me recordaron que más allá de ser parte de un sistema socioeconómico humano, soy parte de varios ecosistemas y que los recursos planetarios no nos pertencen a los humanos y que estamos acá para ayudar. Me enseñaron sobre el respeto, la consistencia, la disciplina, y que la confianza es un premio que se debe ganar. Y en ese tiempo, aproveché los beneficios educativos de mi nueva residencia y volví a la universidad.

Siempre me pregunto qué habría sido de mí si me hubiera quedado en Colombia, o si hubiera regresado permanentemente. Extraño mucho a mi familia. Estoy siempre atenta a las noticias, la cultura, las artes. Aún mantengo varias amistades activas. Cada vez que la vida se complica, pienso en mi pasaporte, mi saldo bancario, y el próximo vuelo a Bogotá. A veces creo que mi futuro está allí; otras veces, que cuando mis padres ya no estén, nunca volveré. No sé qué depara mi vida laboral ni dónde estaré en los próximos 5 años. Mi identidad es flexible, y mi búsqueda de valores humanitarios es cada vez más intensa. Me interesan genuinamente mis raíces latinas, colombianas, mestizas, e indígenas, así como la cultura del lugar donde vivo, las historias que me rodean, y la posibilidad de integrarme. Estar aquí también me aleja de mi bandera pero me conecta con muchos lugares del mundo, y me atraen mucho la diversidad de las culturas. Por eso, tengo un pie aquí, otro allá, y un tercer pie en el resto del mundo. No tengo planes fijos, sino que vivo soñando, dormida y despierta, en 3 idiomas, que utilizo con esfuerzo, a pesar de mi esmero por dominarlos. Disfruto de los privilegios, y lucho por aprovecharlos y no sentirme culpable por tenerlos, de sentir que los merezco. Y sobre todo, creo en el amor. En Colombia se ama. Aquí también, de una manera diferente, la cual todavía no entiendo del todo. Las cosas me han funciodo bien, aunque no sea como quisiera, planeara o imaginara. El amor cambia, se transforma, pero si es genuino, permite que mantengamos la claridad de visión. Si uno se ama a sí mismo, encuentra la manera de estar bien. Si uno tiene el amor de su familia, nunca se sentirá solo. Si uno da amor, ha cumplido con su tarea, sin importar los resultados, y conservará el ánimo para emprender nuevos caminos, nuevas tareas. Y eso es migrar: entender que hay amor en todas partes, en formas, colores, sabores, y texturas diferentes, y que tanta dispersidad puede confundirnos y alejarnos del concepto tan básico que es el amor, pero hay que saber reconocerlo, respetarlo, cultivarlo, regarlo, abonarlo, dejarlo expandirse, compartirlo y disfrutarlo.